Siempre había querido ser argentino
Siempre había querido ser argentino, o uruguayo, o chileno, pero más que nada argentino. La razón se encontraba en la música, pero no en la de Gardel, Coti, Fito o Calamaro, tampoco en la de León Gieco, era la música de las palabras, la musicalidad de las frases, los giros, las expresiones tan españolizadamente italianizadas, sazonadas con retazos de francés, inglés, alemán y de lenguas eslavas. Oía a Cortázar, aunque fuera en un anuncio de un coche y pensaba, ¿podía ser otra cosa que escritor? Y además de la música, eran las resoluciones argentinas, el espíritu, el modo de rematar los comentarios, las conversaciones, palabras que todos conocemos y reconocemos pero que somos incapaces de ensamblar con la pericia de un ingeniero, pensaba.
Y todo eso no era más que un síntoma de desprecio hacia toda su cultura, porque la quería profundamente, la despreciaba profundamente, y buscaba otra, y la encontró en el cono sur. Despreciaba la brusquedad, sobre todo la brusquedad, y también una palabra que había aprendido haciendo el CAP, empatía, y que apenas veía. Y se preguntaba si esos atributos eran típicamente hispánicos, y sabía que no, que debía escapar de prejuicios estúpidos (los andaluces son unos vagos, los catalanes unos encogidos, los madrileños unos chulos) y quería escapar, y siempre le alcanzaban las identificaiones ficticias, tan ficticias como sus argumentos para querer ser argentino.
2 comentarios
Colibrí Lillith -
Jonás -