Blogia
continuidaddelascoquinas

El bosque de Montag

Y todo eso ya lo sabía Sócrates, por lo menos...

Muchas veces me pregunto cuál es la razón del intenso amor que siento por los libros. Para comenzar, reafimar que he escrito amor sin dudarlo ni una tecla. Sí, se trata de un amor certero y absoluto, una verdad inmutable que me acompaña como un diablito en el hombro que me tira para casa cada vez que una conversación se hace demasiado plomiza. ¿De dónde? ¿de quién? ¿de quiénes? Supongo que el comienzo hay que buscarlo en el respeto que veneraba, y venero, a los que me rodeaban en mi niñez y primera adolescencia. Leían. ¿Y por qué los respetaba? Porque sabían, y yo quería saber, y lo quería porque idealizaba una vida de conocimientos, en la que las dudas no existen o, al menos están arrinconadas. Esta última reflexión me lleva a otra: a medida que lees más, más dudas surgen, pero son más, cómo decirlo, satisfactorias, por lo que se penetra en una enorme paradoja contradictoria: leo para no dudar y cuanto más leo más dudas tengo; leo para ser más feliz a través del conocimiento y soy feliz sabiendo que cada día sé más pero que nunca voy a saber de verdad. Y todo eso ya lo sabía Sócrates, por lo menos...